sábado, 5 de diciembre de 2009

Halcones y palomas

Durante los años 20 y 30 del siglo pasado, Paul Joseph Goebbels entrevió que el éxito del nazismo no solamente radicaba en la conquista del Estado, sino que debía basarse en la alienación y la manipulación social. Goebbels, precursor el marketing social, se convenció que para triunfar era imperante crear todo un complejo ideológico que sedujera y sometiera al pueblo alemán.


Para construir el estado de opinión, el nazismo se hizo valer de los nuevos medios de comunicación de masas como radio y cine. Se inventaron una nueva estética diferenciada rebuscando en el trastero de la historia al igual que una rata rebuscaría en un cubo de basura, apropiándose de todo aquello que les pudiera servir para sus fines.

En cine, la “obra magna” de aquel atentado a la dignidad humana se muestra en toda su esencia en aquel documental propagandístico encargado expresamente por Hitler titulado “El Triunfo de la Voluntad (Triumph des Willens en alemán) de Leni Riefenstahl, cuya única y mera finalidad era la de someter el espiritu librepensante del pueblo alemán y convertirlo en una sombra dócil y manejable a través del lavado de cerebro ideológico.


Otras potencias tomaron nota del asunto y aceptaron que el sometimiento ideológico y cultural doctrinario era condición fundamental para la perpetuación del sistema de clases. Así, por ejemplo, a partir de la muerte de Lenin, Stalin se ocupó de destruir el vanguardismo ruso cuya existencia sólo era entendible dentro de un marco revolucionario libre y verdadero y lo sustituyó por el realismo socialista, cuya máxima aportación fue esquilmar la verdadera esencia del arte como elemento transformador y convertirlo en un instrumento de control y dominación. Rodchenko, autor del manifiesto productivista junto con Stepanova, fue una de las victimas de aquel “articidio”.


A partir de la IIWW, Estados Unidos entendió que para construirse como sociedad y potencia mundial debía procurarse una cultura hegemónica de la que los inmigrantes venidos se hicieran ideológicamente partícipes; el “american way of life”. Y así, por ejemplo, no dudaron en desvalijar un continente como el europeo de lo poco que la guerra había dejado entre las ruinas; el arte de vanguardia, trasladando su epicentro cultural de París a Nueva York, auspiciado por la fuga de artistas de renombre europeos a los USA.


Estos son solamente unos coletazos históricos que ejemplifican el surgimiento del cuarto poder, el de la información, cuyo éxito no es entendible sin el acompañamiento de las nuevas tecnologías de comunicación de masas, y cuya eficacia como norma general supera hábilmente a la doctrina de la violencia, doctrina reservada para los elementos que ideológicamente no se dejan conquistar fácilmente.


La información deformada confluye además en la deformación del lenguaje y de los conceptos. Palabras asimiladas que, bajo el manto del populismo, se confunden con el único propósito de mantener y justificar el inmovilismo estructural de la sociedad. Así, lo denotativo se afila hasta encontrarle la forma connotativa y el discurso dialéctico se sustituye por el discurso axiomático, donde una vez más, los conceptos se dilapidan o enaltecen en base a unos intereses políticos, sociales y económicos.


Mediante la seducción del lenguaje y la propagación de la información algunos gobiernos han proyectado toda una serie de creencias ideológicas que se han ido aceptando en base a la repetición y el bombardeo masivo de la misma. Donde antes se tiraban octavillas desde los aviones para minar la moral de los ciudadanos y combatientes, hoy se lanzan como puñales desde los medios de comunicación preceptos que se digieren pasivamente en el cerebro de igual forma que una esponja absorbe cualquier líquido ponzoñoso vertido sobre la misma.


Y así, la libertad la han revertido en tiranía, la democracia la han revertido en tecnocracia, la paz la han revertido en guerra, la seguridad la han revertido en represión, la igualdad la han revertido en diferenciación y la autodefensa la han revertido en agresión.


Estados Unidos, como primera potencia mundial que impulsa su hegemonía económica a través de la cultura y las armas, se ha apropiado de la libertad, de la justicia, de la igualdad, de la paz. El seguimiento de la ascensión al poder del halcón Obama nos remite directamente a los principios comentados. Los cantos de sirena lanzados por el corporativismo americano han creado un Frankenstein con el fin de limpiar la imagen negativa dejada por la administración Bush. Obama es el guante de seda que ligeramente cubre el puño de hierro del neoliberalismo americano.


La parafernalia mediática que ilumina el cambio, un futuro mejor del “Yes we can”, de la búsqueda de la paz, de la democracia, son solamente sombras proyectadas que distorsionan y confunden la realidad de los hechos. El premio Nóbel de la Paz 2009, el señor de la guerra Obama ejecuta las mismas políticas que sus antecesores. El cambio se produce en el discurso populista, pero no en las formas.


Para exaltar la paz, se mandan 30.000 soldados a Afganistán para seguir haciendo la guerra. Para solventar la crisis económica, se desvían fondos públicos para alimentar las ansias especulativas de la banca privada. Para promover el bienestar y la prosperidad en la hermana Latinoamérica, se decide relanzar las bases militares en Colombia con vistas a Venezuela y demás países no alineados en su órbita. Para deshacer la tragedia en oriente medio, se sigue fomentando el odio y la guerra, tanto con la permisividad con el genocidio palestino como en la violencia promovida de Irak. Para demostrar su equidad democrática, se ha optado por dar el visto bueno a un gobierno golpista y tirano que ha hecho de Honduras su palacete, autojustificados por unas elecciones fraudulentas que violan el estado de derecho.


Komikelx